Mórbida fama

Supe que ese día vendría con malas noticias cuando por la mañana mi fiel labrador no salió despavorido a recoger el diario informativo en cuanto escuchó pasar a nuestro puntual repartidor. Fue al prender el televisor y sintonizar el noticiero matutino que escuché la nota que durante tantos años mis oídos ansiaron oír; tras una serie de complicaciones médicas, por fin había muerto aquel hombre cuyas manos le arrebataron la vida a mi hija a sangre fría al acribillarla cuarenta y dos años atrás.

     Siete profundas puñaladas bastaron para consumar aquel fatídico crimen asesinato – llevado a cabo con alevosía y premeditación– cuyo móvil principal no fue otro más que el saciar la retorcida necesidad de placer por parte del atacante derivado de contemplar el desvanecimiento de la vida en miradas ajenas, o al menos eso fue lo que los medios publicaron. Siete puñaladas en la espalda de mi pequeña la apartaron de esta vida y destrozaron mi corazón, pero que les parecieron lo suficientemente atractivas a los reporteros de la prensa internacional quienes, abusando de la explicitud, tomaron provecho del apetito de morbo presente en las pupilas de todos aquellos que religiosamente siguieron el caso día a día, llevándolos a romper todos los récords en ventas de ejemplares.

     Nunca he sido un fiel creyente, pero he de confesar que por un momento me sentí aliviado al caer en la cuenta de que finalmente el alma de ese infeliz estaría en el círculo más profundo del infierno, condenada a padecer los sufrimientos de una tortura eterna.

     Inspirado por esta renovada calma, decidí reencontrarme con la vida y salí a tomar un paseo. Sin embargo, la paz recientemente obtenida desapareció abruptamente al toparme con la opinión generalizada respecto a la muerte del criminal, quien con el paso de los años se ganó el estatus de referente popular e un ícono de la cultura pop ¡¿Cómo es posible que un individuo capaz de cometer la atrocidad de cortar de tajo las ilusiones de una niña haya logrado inmortalizarse dentro del imaginario colectivo?!

     Y es que la moral es un ejercicio de incongruencias a nivel agregado. Nos vanagloriamos como sociedad occidental de haber conquistado las más altas virtudes a las que el ser humano puede aspirar, sin reconocer que en realidad estamos ávidos de ver la pureza mancillada por la perversión pues nos recuerda nuestra reprimida naturaleza salvaje ávida de sangre, oculta tras genéricos comentarios de reproche emitidos en voz alta que fingen vergüenza al romantizar la figura del villano. Adoramos en silencio los escándalos que resaltan las fallas de nuestro sistema moral; aquellos cuyos protagonistas se atreven a abandonar la máscara para mostrar a plena luz lo peor de nosotros. Porque somos todos como humanidad quienes matamos a mi hija, aunque sólo uno haya empuñado el cuchillo. Todos la matamos al pronunciar el nombre del asesino con curiosidad, al ver con curiosidad las fotos del caso, al ir al cine a mirar la historia del homicida en pantalla grande, al leer la versión novelada de la historia que pasa por un catalizador poético la narración de un hecho que, sin importar la forma en la que se cuente, terminó por destrozar una vida.  ¡Maldita cultura pop que expía las culpas al convertir al pecador en producto comercial!