Una relación pacífica, aquella en la que se supone que yo no te importo y tú a mí no me importas. Hasta que alguien se desespera y acaba con el otro en la batalla más gloriosa de todas, que implica no un fin, sino un nuevo comienzo.

 

Un amor entre tú y yo, secreto a veces que nadie entiende, al que sólo la locura le da sentido. No correspondido —en el más puro de los acuerdos— que no pide nada y que lo da todo, cuando se le da la gana. Que llora y que ríe en silencio, sin callar cosa alguna, que si se sufre ¡encantador! Y si se goza ¡estupendo! dos tontos que disfrutan la compañía mutua a sabiendas de lo inminente: que nunca van a poder estar juntos. Una guerra cuyo fin único es regocijarse con la tregua. Que sobre los escombros levanta un monumento y que lo tira, lo vuelve a levantar y lo vuelve a tirar, sin saber ya qué le da más placer: destruirlo o construirlo de nuevo. No somos dos que se matan, sino dos que se viven.

 

Un ir y venir: no hay lugar donde arribar más que a lado tuyo. Que nada importa si estamos bien o si estamos mal, mientras estemos. No hay nada que esperar en un trayecto sin destino. Realizados estamos nosotros, simplemente estando. Qué sé yo si alguno de nosotros es especial, sólo sé que el sentimiento que nos une es excepcional y continuo: tú y yo somos inicio sin final, la noción de siempre durante un momento, mientras dura logra que la existencia se justifique en el vivir mismo. Y aun así; es tan aterrador contemplar tus ojos como imaginar un mundo perfecto del que nunca seré partícipe: vistazos a un paraíso cuyo esplendor no incita ya recurrir a la vesania como acto desesperado por alcanzar el auge perpetuo de aquel lugar. Y sólo inspira la sencilla respuesta: el más de los resignados <<te amaré toda la vida>>.

 

Eso somos: la nada que lo es todo.

R DSG LG