La felicidad no suele durar mucho entre los hombres,

hasta cuando nos concede sus máximos favores.

Píndaro, Himnos Triunfales

 

Pánico, pánico total, pánico completo, inverosímil, increíble. Pánico en mis manos, labios, ojos y alma. Pánico de verte y de no hacerlo. Me recorre el cuerpo y me cala los huesos, la terrible y melancólica imposibilidad del efímero momento en el que verte no será un dolor que paulatinamente crece en mi pecho.

Melancolía, una vez más caigo ante ti.

Una vez más te observo en algún reflejo o de reojo cruzando alguna esquina de mi memoria. Esquina en la que me arrincono a pensar en ti y recuerdo lo que alguna vez soñé. Los sueños, terribles ficciones a las que anhelamos pertenecer. Quizás no, me digo de vez en cuando, quizás los sueños son realidades en potencia, encapsuladas en algún lugar de la memoria, listas para plasmarse, para existir. Ah, tan solo un poco más y me habría creído esa mentira.

Sueño de aquel momento en el que te soñé por primera vez. Todavía no era todo imposible, todavía hablábamos en mi banca favorita y me escuchabas aun cuando yo simplemente quería dejar de hablar. Ahora es tarde, ahora estás lejos, tan lejos en aquella región invisible a la que aún no puedo llegar. Lejos, tan lejos, todavía te pienso y tu recuerdo descarrila mi mente como si fuera un tren cualquiera ¿Cuál es el precio de amar una idea? El amor. El amar tu recuerdo hoy se irgue ante mi como el más grande y temeroso mausoleo al que no he entrado todavía. Si es que alguna vez dejo de ser este ser tan temeroso, asustado de su propia sombra, entonces he de entrar y enfrentarme a tu recuerdo. He de escuchar el réquiem de tu partida, he de escuchar los cantos y los gritos que se plasman en cada una de las teclas del órgano.

Si es que alguna vez entro, si es que alguna vez dejo el temor atrás.

Ahora me resigno a saberte perdida, me resigno a aceptar que ahora no recordarás tus versos favoritos de aquel chileno que tanto te besaba el alma o de aquel mítico griego con sus más hermosas odas. Hoy mi alma se afana al recordar esto y una vez más, de noche, acaso y alcanzo a escuchar tu voz perdida antes de irme a dormir.

Posiblemente he perdido la cabeza y mi última esperanza es plasmar mi amor perdido al asirme a tu recuerdo e intentar plasmarlo todo en un simple conjunto de palabras. Pero no lo quiero, no quiero nada. Quédate con los poemas, las canciones, las miradas y las caricias. Donde sea que estés, quédate con eso que no lo quiero más, la poesía robada y los versos del capitán. Quédate con la luna, las estrellas y todas las constelaciones. Quédate con mi interminable melancolía, mi mausoleo y mi pánico al recordar tus caricias. Quédate con la esperanza de alguna vez estar juntos de nuevo. Quédatelo todo, dondequiera que estés, porque temo seguir cargándolo. Quédatelo y no lo regreses jamás.

Ah, alma mía, agoto lo terrenal con la esperanza de que no exista nada después de toda esta odisea y aun así no puedo pensar en un momento más allá de esto donde no estés tú.

El pánico azota de nuevo, pánico al cerrar los ojos y al abrirlos, de recordarte tan perfectamente para perderlo todo en un instante. Pánico que va más allá de la vida o donde sea que tú estés. Pánico de volver a verte y completa seguridad de que, aún con mi prosa; mi lira, mi vida y mi muerte, jamás he de volver a hacerlo.