Ni sexo ni pudor. Solo Lágrimas

Cristina abrió los ojos, se incorporó rápidamente, totalmente despierta. Hoy era, literal, hoy, no mañana, no pasado, no dentro de 25 días. Hoy Cristina corrió, en cinco minutos estaba vestida, desayunada y lista. Había recorrido la rutina infinitas veces durante la última semana, no podía haber error. Salió corriendo de su casa, había quedado de verse con Alan a las once y cuarto frente al olmo que estaba junto a la carretera 84, de ahí se irían a la granja. Cristina corría. Todas las cosas de su infancia, el columpio frente a su casa, el deslizador descompuesto de su abuelo, el pasto sintético del jardín, todo cobraba vida, todo irradiaba emoción. Cristina tenía que contener el deseo de irse directo a la granja. Movió la cabeza, tenía tiempo de sobra, había contado el tiempo decenas de veces, Alan y ella se habían asegurado de que no hubiera posibilidad de llegar tarde. Su falda se movía rápido, parecía sentir la emoción que emanaba de su portadora. En cuestión de minutos, Cristina estaba frente al olmo. 11:14:36 … 11:14:37. Pasan los segundos, 11:15:00. Cristina voltea hacia el sur, frenética, Alan ya debería estar ahí. Apretó los puños, no iba a permitir que Alan arruinara su deslumbramiento. No después de enterarse que iban a pasar mínimo dos años hasta el siguiente ¡Puta madre! Cristina empezó a ventilarse, “puta madre, te dije que no te fueras con Alan le vale madres todo a ese cabrón todo el mundo te decía: Él nunca quiso sentir el deslumbramiento. Pinche Alan, pinche Alan ¡Pinche…¡”

-¡Hola!- Cristina volteó, sus ojos llenos de lágrimas de coraje, de atrás del olmo, Alan salió caminando. Venía vestido como siempre, el traje clásico de la Juventud Salvadora, mismo corte de cabello, nada nuevo. -Feliz Cumpleaños-. Cristina resopló, furiosa. “¡¿No te dije que estuvieras aquí a las once y cuarto?!” Alan rio, Cristina amaba su risa odiaba amar su risa. – Hey, me citaste a las once y cuarto, y también me dijiste trescientas mil veces que te encabronarías si llegaba tarde, ven- dijo, mientras la envolvía en un abrazo, sabes que ni a putazos necesitamos cuarenta y cinco minutos para llegar a la granja. Cristina no contestó, sino que empezó a caminar con prisa. Ni ella entendía bien porqué quería compartir su deslumbramiento con Alan. Era de los pocos que no mostraban una emoción ridícula ante su primer deslumbramiento. Posiblemente era eso, que tranquilizaba la situación cuando Cristina se ponía demasiado eufórica. Poco a poco, Cristina se fue relajando, a este paso estarían en la granja con tiempo de sobra. Volteó a ver a Alan, se preguntó, por milésima vez si se sentiría excitada por estar con él. Se preguntó por milésima vez, si no preferirá haber elegido a alguien diferente -¿No estás emocionado?-  Conocía su respuesta, la respuesta que le había dado mil veces cuando se lo había preguntado en los últimos seis meses, desde que lo había convencido que compartieran su deslumbramiento. Alan rio – No más que ayer, ni más que cualquier día desde que me enteré de la existencia de todo este desmadre.-  ¿¡Cómo no puedes estar emocionado?!- le preguntó Cristina incrédula. -¡Este es el primer deslumbramiento para los dos, y no sabemos bien cuándo será el siguiente! – Porque el deslumbramiento nos aleja del caos, nos salva de nuestros impulsos, y salva a nuestro mundo – dijo Alan, imitando la voz y postura del alcalde diciendo su discurso cada vez que se inicia un nuevo deslumbramiento. Se ríe -ya te he dicho mil veces Cris. Me caga que sean ellos lo que nos digan cuándo podemos sentir todo lo que estamos a punto de sentir. –  Sí, sí, lo sé. Pero más allá de eso, ¿no sientes ninguna emoción, nada? – Alan calló. -Me da gusto que sea contigo-. Cristina esperó que siguiera hablando, pero Alan no dijo nada más, solo siguió caminando, siguiendo sin mucha dificultad su paso acelerado. Poco después llegaron a la granja, donde estaban empezando a congregarse los demás frente el edificio principal. Cristina y Alan se colocaron en medio de la multitud. Cristina temblaba, había esperado esto toda su vida. Volteó a ver a su reloj: 11:46:32 – Quince minutos – Volteó a ver a Alan. Casi ni respiraba. -¿Cómo crees que sea? – Alan la volteó a ver, sonriendo. -Bueno, si todo sale bien, tú y yo sentiremos esta tal atracción sexual el uno al otro, en cuyo caso podremos ambos tener este llamado sexo. – Cristina sonrió, sabía que existía la posibilidad que no sintiera atracción hacia Alan. Sea lo que sea que fuera atracción. Pero algo le decía que no sería así. Cristina volteó hacia el palco principal de la granja en cualquier momento saldría de ahí el alcalde. Cristina sonrió, volteó a ver a Alan, por milésima vez le preguntó: “¿En serio crees que sea tan bueno el sexo?”