Azul

El texto que a continuación transcribo lo encontré en la oficina de mi padre después de su partida anticipada. Si es mala copia de Asimov, Bradbury o Dick, no me corresponde a mí juzgarlo; pero que me heló la sangre su carácter profético, eso no lo voy a discutir. Espero podamos ser hermanos de inquietudes una vez que ustedes también hayan terminado su lectura.

«Desde que soy el último habitante del planeta he estado observando. Cuando estoy despierto veo el cielo y cuando duermo no hago otra cosa más que soñarlo. Es lo único que me queda junto con mis recuerdos. La atmósfera delgada me permite añorar el universo y atestiguar su grandeza. Detrás del ya tenue humo tóxico, hay brillo y destellos. Dicen que en su mejor momento era una ventana directa al cosmos.

Mi telescopio, legado final de la última época próspera de mi especie, me ayuda en mi ardua labor de estar a la mira. Yo no fui testigo de la decadencia de mi pueblo, sólo observé la fase final de su extinción. Cuando yo nací ya no quedaba nada. Nunca conocí los grandes mares azules, las inmensas sabanas doradas ni las imponentes selvas esmeraldas. Cuando yo nací, la tierra era árida, dura y seca. Jamás vi una planta ni conocí otra especie que la mía.  

Hace tantos años,  ya no recuerdo cuantos, se hizo un intento por habitar nuestro planeta vecino fracasamos. La historia de este proyecto me la contó mi madre cuando yo era pequeño. Me pareció fabulosa y por un breve lapso de mi vida creí en algo. Tuve esperanzas al pensar que yo podía lograr aquello que mis antecesores no. ¡Qué iluso! Si el vivir te da lecciones, casi todas son amargas. Con tristeza puedo decir que nuestra tierra se ha vuelto infértil y nuestros lagos se han secado.

Para generar las condiciones climatológicas ideales en nuestro planeta contiguo, realizamos un proceso de terraformación[1] en conjunto con la propagación de gases respirables,fue un éxito. Los vástagos de tierra seca de nuestro planeta adyacente ahora estaban rodeados de masa acuosa y de esperanza, el azul de sus aguas contrastaba con el marrón de sus tierras y el porvenir de nuestra civilización  era ahora bicolor.

Para colonizar la nueva tierra, enviamos una primera generación de almas dispuestas a sacrificar el resto de sus vidas a un planeta inhabitado y sin vida. El tiempo, como puede ser denso y a la vez fugaz, en un instante imperceptible; nuestra primera generación de guerreros pasaron de ser  extraños visitantes a tener a su merced la tierra inhóspita. Sólo hubo un inconveniente, el mismo problema que veníamos arrastrando desde nuestro hogar original.  Descubrimos que nuestras tasas de fecundidad tocaron fondo. Ya no podíamos concebir. Fue la causa por la cual pereció nuestra primera generación, esperando que sus hermanos en casa encontraran la solución al problema. Fue esto lo que dio lugar a nuestra segunda generación, que vio repetir el proceso de colonización, ahora acompañados con incubadoras de óvulos fecundados in vitro de las últimas generaciones fértiles.

Imperceptible e inclemente, fiel a su estilo, la naturaleza expuso su inconformidad con nuestra presencia en su suelo. El clima  comenzó a alterarse, las tormentas se volvieron una constante y los terremotos junto con las erupciones no tardaron en manifestarse hasta que eventualmente nos azotaron con violencia. Las aguas se devoraron nuestra vida pretendida y cual fiera insatisfecha, se llevó también consigo la mayoría de nuestros recursos. El tiempo rebasó a la pretendida misión de evacuación de los sobrevivientes y nuestros guerreros tuvieron que afrontar en soledad el reto más grande de la vida, la muerte. Hoy, yo enfrento el mismo exilio dentro de mi propio planeta.

Voy a dormir después de otro día de vagar por las dunas rojizas de lo que otrora fuera una gran ciudad. Volteo al cielo para ver mi destello azul favorito, aquel planeta que fuera nuestra esperanza durante generaciones. Tomo mi telescopio y lo observo, se abate entre tormentas, rocas y erupciones. Dicen que en algún momento así lució nuestro planeta, antes de que albergara vida y de que esa vida lo agotara. Quiero creerlo porque así, aunque ilusamente, me sumerjo en la idea de que algún día nuestro vecino también vivirá y tal vez ahí la muerte no triunfe. Observando al tercer planeta del sistema solar desde mi telescopio, soy testigo de la batalla de la existencia. El planeta lucha por vivir. Espero triunfe.»

[1] un proceso hipotético con el cual el clima, la superficie y las cualidades conocidas del planeta, podrían ser deliberadamente acondicionadas con el objetivo de hacerlo habitable por seres humanos y otro tipo de vida terrestre.