Ya te la you know

El huracán Harvey azotó, el 17 de agosto del 2017 el estado de Texas, dejando grandes sectores en ruina total. Una tragedia. El suceso reverberó en la conciencia y solidaridad de los ciudadanos del mundo. El gobierno mexicano, como el buen vecino que siempre ha sido, ofreció su ayuda. Miles de mexicanos, ya acostumbrados al apoyo en redes sociales, mandaron rezos y, en caso de los más adinerados, donativos para las familias afectadas. Un suceso inolvidable. El apoyo mexicano se ha dado a notar en tragedias anteriores, como las matanzas estudiantiles en EUA o los atentados terroristas en Europa. Las redes sociales son testigo de la solidaridad del joven mexicano. Cierro mi ventana y prendo la radio. La anciana, mejor amiga del semáforo, extiende su mano en busca de caridad… No, no tengo cambio.

-Este es mi trip , ¿sabes ? Lo mío, lo mío es apoyar la comunidad LGBTTTI y las minorías-

Sin duda alguna vivimos, sin poder aún superar la primera, una segunda conquista, en este caso, cultural. Desde los sesenta, Carlos Monsiváis advertía las generaciones futuras de estadounidenses nacidos en México. Su ropa, su comida rápida, su cine, su tecnología, sus coches, son míos. Su ideología es mi ideología. Su lenguaje, es mi lenguaje. Sus problemas son mis problemas y … ¿los míos? ¿los mexicanos?… Los de siempre. No busco minimizar el problema del otro, en efecto, merecen nuestra atención, siempre y cuando no ignoremos lo propio. Siempre y cuando ignorar lo propio no sea reflejo del creer pertenecer y no pertenecer, es decir, si mis problemas son estos y no aquellos, pertenezco al primer mundo y no a otro, y no a México. Declaro, ante todos, mi clase social. Mis problemas son los mismos que los de un francés, o los de un neoyorquino. Antes de una identidad nacional, existe una identidad de clase.

-¿Vemos el Superbowl?-No, lo voy a ver con mi familia.

Conocemos mejor la política estadounidense que la nuestra, conocemos mejor su literatura y su arte. Es cierto que el malinchismo es una constante mexicana, pero, hoy en día, rige una ceguera voluntaria que trasciende la misma mexicanidad, mejor dicho, a priori la desconoce. La joven burguesía mexicana, es decir los que pueden darse el lujo por preocuparse activamente, mejor dicho, por despreocuparse por sí mismos, se posicionan como justicieros sociales. Han aprendido su manera particular de ver el mundo, desde arriba y hacia arriba. Para acabarla de chingar, sus issues, son también nuestros. Las cuestiones identitarios, sobre el género y transición entre géneros, y demás individuos que luchan, con toda razón y derecho, por encontrar ocasión en la sociedad, necesitan del ejercicio político e intelectual de la sociedad. Ahora, hemos asumido, junto a la virtuosa izquierda norteamericana, una cruzada social contra un determinado racismo, o discriminación, como si en cada aspecto de México no operaran los mismos mecanismos, pero de manera distinta. Acaso, funciona, para por fin, abrir un debate sobre el racismo en México, pero el remate es otro. Es una manera de expiar la culpa generada por la indiferencia. Al ser abogado y paladín de las minorías del mundo, es decir, de EUA, anulo mi impasibilidad ante México. El problema mexicano es no poder mirar el problema mexicano.

Las fiestas patrias y folclóricas reaniman el pulso honroso nacional. No hay gloria presente que celebrar, pero el pretérito, nuestra historia, está anquilosada en la dignidad mexicana. El gobierno de la CDMX nos invita a participar en el desfile anual de Día de muertos en el zócalo de la ciudad. La celebración a la muerte es una tradición que recuerda nuestras añejas pero férreas raíces prehispánicas, en otras palabras, es el genuino y fidedigno México. El desfile anual forma parte de una larga costumbre que empezó hace… dos años, con la película Spectre.

La película, la más reciente entrega de la saga James Bond, recrea, desde la imaginación, un desfile ideal, colorido, folclórico y latino. A pesar de no tener fundamentos históricos, estos mismos se reescriben y se acomodan. La identidad mexicana existe tan sólo, en potencia, es decir, es maleable. Se convierte en turismo, para satisfacer el imaginario europeo y, primordialmente, el nacional. La identidad mexicana existe, en un espacio concreto museográfico, para complacer y deleitar un orgullo mexicano falso. Este es un ejemplo más del impacto cultural que EUA tiene sobre nuestro país. Una película, poco memorable, evangelizó una tradición centenaria, que ahora es un reciclado industrial, masivo, rentable y redituable.

Es fácil silenciar un proceso neocolonial bajo el brillante escudo del progreso y el velo de la globalización. Qué bonita es la idea de ser todos ciudadanos del mundo. ¿Y qué pasó con este mundo? El elemento homogeneizador, es decir, el que provee la referencia, es, principalmente EUA, líder de Occidente y del primer mundo. Las nuevas tecnologías y plataformas de comunicación permiten nuestra subyugación ideológica voluntaria, cuya consecuencia, es la muerte de nuestra cultura para dar lugar a otra. Tal vez no ser mexicano es la máxima expresión del mexicano. Ser otro o ser de otro…Esa es la cuestión.

– Y tú, ¿de qué te vas a disfrazar en Halloween? ¿de la mujer maravilla o de La Catrina?