AmsterPride 2017

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Fue una casualidad, terminé yendo sola y me encontré con una aventura visual sin precedentes. Estábamos en Amsterdam, la ciudad del pecado. El plan era visitar los molinos de viento en las afueras de la ciudad, llevábamos cuarto días paseando por la ciudad y nos faltaban pocos sitios turísticos que visitar. Rentamos bicicletas y en fila india andamos hacia las afueras de Amsterdam.

Éramos un grupo de cinco amigas, una de ellas se quejaba de malestar en la garganta, pero afirmaba estar bien. Desde el inicio, la ruta fue un caos,

no lográbamos comunicarnos a causa del ruido urbano y el desconocimiento del terreno, nos separábamos en cada cuadra y en la siguiente nos esperábamos. Casi en la salida de la ciudad dos integrantes dieron una vuelta equivocada y las perdimos de vista. Las esperamos, pero solo llegó una. Con aliento entre cortante articuló algo así como que: la última integrante se había sentido mal y se regresó al hotel. A continuación, entré en pánico, porque: 1.- No sabíamos si su condición era grave, 2.- Su sentido de orientación no es el mejor y 3.-No teníamos red telefónica ni internet para comunicarnos.

Di la vuelta y aborté el paseo a los molinos. Regresé al hotel y justamente llegué al mismo tiempo que mi amiga que bajaba de un taxi y se veía pálida cuál fantasma. Fuimos al cuarto, se recostó e instantáneamente estaba dormida.

Ahora estaba sola en Amsterdam por un número indefinido de horas en lo que el resto del grupo regresaba. Tomé mi cámara y fui al Gay Parade (que por coincidencia se celebraba justamente en los días que estábamos de visita).

Se trataba de botes alegóricos cruzando los canales de la ciudad. Estaba abarrotado de gente, no se veía nada. Me escabullí entre la multitud, acercándome a la orilla del canal mientras que una mujer de origen oriental se percató de mi presencia. Los primeros metros del canal estaban cubiertos por pequeñas lanchas llenas de gente tomando de latas de cerveza, disfrazados y con una vibra muy festiva. La señora hizo un ademán con la cabeza indicándome que subiera a las lanchas, “qué no pasaba nada”, vacilé y subí. La gente me abrió paso, me dio la mano para que no me cayera por entre los espacios de barquito a barquito. Llegué al borde de la alineación de embarcaciones, donde estaba un grupo de europeos que me ofrecían papas y cerveza. Les tomé foto. Y el resto del tiempo me dediqué a fotografiar el evento.

Estaba rodeada de puros personajes, gente tomando, cantando y bailando a plena luz del día. Algunos estaban disfrazados, otros iban casi desnudos o cubiertos por prendas arcoíris. Además, cada bote alegórico era de diferente temática; mientras que uno estaba decorado como si fuera una clase de química, en otro venían personas en trajes de superhéroes, vestidos de rosa o con camisas emblemáticas a la causa. Había acróbatas y gente agitando banderas LGBTT+.

Libertad se respiraba en el aire, carencia de prejuicios. Una fiesta por la identidad.