Fake News: Editorial

Hablar de fake news no es simplemente cuestión de comedia, la desinformación es una problemática que debe afrontarse día con día. Somos una generación privilegiada con acceso inmediato a una enorme cantidad de información, pero este privilegio también conlleva una enorme responsabilidad: la de ser críticos.

A pesar de la tecnología actual, muchos aspectos de la naturaleza humana no se han visto alterados. Seguimos siendo seres impresionables, cuya personalidad, inevitablemente, se ve influenciada por lo que pasa a nuestro alrededor, incluyendo las fake news, que, como nos explica Alejandro Páez Marín en su texto, Lenguaje y realidad, apelan a nuestra emoción y creencias personales, incluso apelando a las mejores intenciones del ser humano, pero con consecuencias negativas. Un ejemplo es el pasado 19 de septiembre, misma fecha que nos recuerda Valeria Aguirre en su texto ¿Fakequeake?. Con palas, casco, guantes y picos, muchos ciudadanos salieron a las calles con la intención de salvar vidas, sin embargo, a través de las redes sociales se difundieron falsas emergencias que resultaron en un enorme caos vial y, en los peores casos, este caos impidió a los servicios de emergencia llegar a las zonas más afectadas y provocó confusión en la repartición de víveres.

El sismo del pasado 19 de septiembre conmovió e inspiró a los ciudadanos a querer resolver una problemática que afectó la vida de miles de personas, sin embargo, en general, no se muestra el mismo interés a temas que nos afectan de igual manera; nadie es ajeno a las conflictos sociales, políticos y económicos, nacionales o internacionales. Carlos Galina, en su texto You are fake news, exhibe cómo este fenómeno ha reconfigurado el panorama político y la importancia de defender la verdad ante todo, viéndonos como agentes activos en la vida política de nuestro país. Asimismo, debemos asumir que no somos expertos en la información, como nos explica Santiago Velasco, Las redes sociales solo son herramientas y los resultados a partir de ellas dependen únicamente de nuestra persona.

Finalmente, Álvaro González, a través de su cuento Mi nombre es Pedro, hace una comparación entre el mentiroso y el ignorante. El mentiroso necesita un ignorante que tome enserio sus palabras y las difunda para poder tomar provecho de la situación, mientras que el ignorante ocupa un papel de víctima, también puede volverse partícipe del crimen si no acepta su propia ignorancia y busca superarla.

Quiero agradecer a cada uno de los miembros de El Obelisco por su trabajo, a los colaboradores que con sus textos hacen posible esta revista y, sobretodo, a los lectores que se interesan por ser partícipes de este reflexión. Participar en cualquier publicación estdiantil, ya sea El Obelisco, El Supuesto, Urbi et Orbi o cualquier otra, es una experiencia que ningún itamita debería perderse.