Sala 208

Me dirige la palabra y yo sin siquiera voltear lo ignoro. Las caras se van desvaneciendo rápidamente y el sonido se vuelve tan agudo que parece como si un enorme vórtice nos estuviera comiendo vivos.

Lo tomo de la mano y por fin le doy la cara, sus ojos ahora son de un color azul profundo y sus dedos están fríos. Lo miro y ahora puedo ver su alma, veo sus entrañas y veo su mente. Pero cada vez es más difícil hacerlo, el tiempo no me lo permite.

Tomo mi instrumento y comienzo a utilizarlo en su cuerpo, su piel es suave y sus vellos parecen finas laminillas que se iluminan con la luz de la lámpara. Todo está tranquilo ahora, el sonido desapareció y me encuentro a solas con él. Él y yo, no hay más, nadie en el cuarto con quien compartir el momento. Tomo el segundo instrumento y lo coloco en su pecho, luego en su garganta y me detengo en su cara. Su cara es tan hermosa.

Corto uno a uno sus cabellos, su cabellera es sedosa, uso otro instrumento. Tomo su mano y sus dedos siguen fríos, esta vez ya no lo ignoro y pongo mi oído en su boca, por aquella esperanza que de sus labios salga esa palabra que tanto añoro.

Con cautela remuevo  la piel que cubre al cráneo, y la veo ahí, tan majestuosa,;veo esa pequeña cavidad lista para ser usada.  Por azar del destino llegó  a mis manos, llegó  a este recinto, a esta fábrica de mentes descompuestas, dispuesto a todo. Dispuesto a ser despojado de su cualidad más valiosa, de su conciencia.

Llegó , mas nunca saldrá, la cavidad será rellenada, la piel será cocida, las entrañas volverán a su lugar, su esencia permanecerá.  Será un empleado más, un obrero sin alma, me mirará, lo ignoraré  y sus dedos seguirán fríos y el sonido agudo romperá sus tímpanos y tendrá por siempre esa mirada profundamente azul, profundamente perdida.